Trabajo y libertad en el pensamiento de Bruno Trentin

Trabajo y libertad en el pensamiento de Bruno Trentin

El 23 de agosto de 2007 falleció Bruno Trentin. Para recordar la figura, publicamos un extracto de la Introducción de Miguel el Grande a la colección de escritos "Trabajo y libertad" (Ediesse, 2008)

Esa dosis de criterio con que se recogen aquí los escritos de Bruno Trentin tiene la mirada puesta en la actualidad y sus problemas. Incluso los textos que se ven más afectados por las circunstancias en las que fueron escritos conservan su significado para las discusiones de nuestros días. En mayor o menor grado, todos lidiamos con la gran cuestión de los derechos laborales y la representación, que ahora surge imperiosamente. Durante cincuenta años, Trentin fue un protagonista en la escena italiana y europea, como líder sindical y como académico autorizado. Pero la intención de esta publicación no es celebrar la figura. Se trata más bien -como quizás le hubiera gustado al propio Trentin- de poner a prueba la pertinencia de su pensamiento, en un transcurso de tiempo que decretaba la ruptura entre el capitalismo del siglo XX y las nuevas formas de producción y organización social.

El lector no tendrá dificultad en rastrear el hilo rojo en la idea de que la libertad "precede" a la igualdad, como reza el título de su último libro. A la observación de Norberto Bobbio, según la cual siempre es necesario precisar qué se entiende por libertad, Trentin responde que sólo puede ser la libertad de la persona en la relación de trabajo. La libertad siguió siendo "diferente" y sustancialmente negada en las democracias de la posguerra. De alguna manera olvidada incluso en nuestra carta constitucional, que funda también en el trabajo el edificio jurídico-estatal republicano.

Trentin no simpatizaba con la dramaturgia conceptual de Hegel. Sin embargo, admiraba la forma en que había descrito -en la Fenomenología del Espíritu- la dialéctica histórica entre esclavo y amo. Termina cuando el sirviente se vuelve libre porque lucha -a diferencia del esclavo hobbesiano- no por su propia supervivencia, sino por su propio reconocimiento como persona. El tratamiento del filósofo alemán, por supuesto, se desarrolló en el plano abstracto de la conquista de la autoconciencia. Pero la lucha del sirviente por liberarse de sus lazos de dependencia personal fue, para Trentin, una metáfora magistral de la lucha del asalariado moderno por liberarse de su estado minoritario en el lugar de trabajo. Emanciparse aquí y ahora, añadió. Diada que fue el hilo conductor de su reflexión teórica, encaminada a desmantelar los presupuestos de todas las ideologías que posponían la libertad -del trabajo y en el trabajo- a la toma del poder.

En su juventud, Trentino acogió algunos motivos de los círculos liberales frecuentados durante el exilio francés. Habrá más de un rastro del federalismo de su padre Silvio y de la "revolución de las conciencias" de Carlo Rosselli (con la educación generalizada como palanca decisiva). También estuvo influido por una cierta predilección por el anarquismo de Kropotkin, por su ética libertaria y por sus polémicas antibolcheviques. Y su Marx favorito fue el de los Grundrisse, donde desarrolla el tema del trabajo como necesidad vital. Pero es Giuseppe Di Vittorio quien dejó una huella imborrable en su cultura política. El memorial que abre esta antología es un cariñoso testimonio de ello. Tras ingresar en la oficina de estudios de la CGIL (1949), del carismático obrero apuliano aprende que la liberación del trabajo humano pasa por la capacidad de las personas de levantar la cabeza ante los abusos y las arbitrariedades. De ahí también la elección de adherirse al PCI, en el que vio la fuerza popular capaz de aglutinar el movimiento de rebeldía y el deseo de redención de las masas subalternas. Además, es Di Vittorio quien le transmite ese apego al valor de la autonomía sindical (condición para la unidad de los trabajadores) que será consigna de por vida. Dos lecciones aprendidas en el seno de las batallas de la CGIL, en la inmediata posguerra, por el bloqueo de los despidos y por la ocupación de tierras. Es la CGIL la que pretendía participar con su propia propuesta en la reconstrucción del país, con su propio plan de trabajo (1949-1950). A primera vista, parecía solo un programa de obras públicas contra el desempleo galopante. De hecho, era mucho más. Fue un intento de orientar las inversiones productivas. Fue la búsqueda de un espacio de enfrentamiento con el ministerio De Gasperi, desde la Cassa del Mezzogiorno hasta la reforma agraria, que atacó el emblema de la conservación: el latifundio. Y fue, sobre todo, un llamado a la acción de masas, de donde nació su forma original, que fue la huelga inversa.

Una forma cuyo significado era que el derecho al trabajo puede afirmarse ya sea negando el propio servicio u ofreciéndolo sin compensación. La CGIL de Di Vittorio, por tanto, aspiraba a ser un sujeto colectivo responsable de su propio destino, autónomo de gobiernos, patrones y partidos (según su famosa fórmula trinaria). Ese tema que luego se llamará político. Una blasfemia para el sindicalismo de la órbita soviética. Una herejía para la catequesis leninista de la unión como "correa de transmisión". Herejía que se manifestó de manera sensacional en 1956, cuando el jefe de la CGIL se puso del lado de los alborotadores de Poznan y Budapest, en nombre de los derechos de los trabajadores. Al recordar ese evento después de cuarenta años, obviamente a Trentin no le interesaba desempolvar viejas polémicas. El Muro de Berlín ya había caído hacía mucho tiempo. Su intención era otra. Era para instar a la izquierda italiana a aceptar su propio pasado sin reticencias y sin juicios sumarios, en un momento de cambio frenético de nombres y referencias ideales. Y era para instarla a leer la historia del socialismo "real" también a través de los lentes de los innovadores derrotados, quienes, sin embargo, habían hecho posible mantener viva la esperanza en un socialismo "posible".

1956 no es sólo el año del conflicto entre Di Vittorio y Togliatti por los "hechos" polacos y húngaros. Es también el año en que comienza a tener efecto el "punto de inflexión" de la CGIL tras la derrota en Fiat en 1955 (pero recién en 1968 se logrará la plena negociación empresarial). Se reconoció la necesidad de una revisión crítica de la política de la CGIL cuando se entendió que la debacle en las elecciones de las comisiones internas de las plantas de Turín no se debía a la represión patronal, sino al desprendimiento de una fábrica que cambiaba rápidamente. Desprendimiento derivado del rígido centralismo contractual, que había aislado a la CGIL de las transformaciones industriales de la primera mitad de la década. En la dura agitación de la década de 1950 contra la desmovilización industrial, los trabajadores estaban comprometidos en una lucha por la existencia, como individuos y como clase. La CGIL, al igual que los partidos de izquierda, no vio en las desmovilizaciones lo que realmente eran, es decir, piezas de una reestructuración profunda por parte de un capitalismo dinámico, pero sí vio el efecto de la restricción de los monopolios. Se inició entonces un largo y animado debate en la izquierda sobre las tendencias del capitalismo italiano, que culminó en una importante conferencia del Instituto Gramsci (1962).

En su informe, Trentin cuestiona la tesis -hegemónica en la dirección del PCI- del monopolio como sinónimo de inmovilidad y estancamiento. Tesis que afirmaba la existencia de un bloque dominante formado por clases parásitas, empeñadas en absorber los recursos -bajo el paraguas de la DC- creados por las clases productoras. Para él, por el contrario, desde 1953 la DC ha pasado de la línea "maltusiana" del binomio Einaudi-Pella a una línea productivista, de la que es expresión el proyecto de desarrollo y reforma fiscal firmado por Ezio Vanoni (1954). En esta línea se combinaron dos impulsos: la modernización de las plantas (gracias también a los créditos norteamericanos) y la reducción de costos, apoyados en la industria pública (hidrocarburos y acero) y en la mano de obra barata del campo sur. Así se sientan las bases para la llamada restauración capitalista, que innova profundamente los métodos y sistemas de producción, y que derriba las viejas barreras del consumo proletario.

Estos procesos encuentran su ordenamiento ideológico en toda una rama de publicaciones anglosajonas. El mito de la integración del trabajador en la empresa sale a la luz. Florece una literatura apologética de la gran empresa -tomada como modelo de racionalidad- en torno a la cual moldear instituciones. Se glorifica la sociedad empresarial, en la que disminuye el peso de la propiedad y aumenta el de las tecnocracias, capaces de garantizar al mismo tiempo el progreso técnico y la promoción de las clases subalternas. Sin embargo, para la difusión de estas doctrinas en Italia -observa Trentin- la mediación del catolicismo social es decisiva. Mediación que provoca dolorosas laceraciones en el interior de la DC. Tras un duro tira y afloja, el "americanismo" de Enrico Mattei y Pasquale Saraceno se impone a la izquierda social de Giuseppe Dossetti. La CISL de Giulio Pastore, por su parte, mantiene un perfil pragmático, que se combina con la visión asociativa del sindicato y con la primacía asignada a la negociación en todos los niveles de la vida económica. Negociación que debe sin embargo hacer frente a los nuevos problemas planteados por la modernización capitalista. La entrada masiva de trabajadores y técnicos ordinarios a las fábricas, el advenimiento de la mecanización, la poderosa migración interna hacen surgir una conciencia obrera sin precedentes, que exigía más control y más negociación sobre los aspectos opresores de las condiciones de trabajo. Una demanda de poder destinada a desbaratar las prioridades tradicionales del conflicto de clases [8].

Es en este clima, marcado a nivel político por la crisis del centrismo, que surgen nuevos fermentos culturales en el mundo católico. Se cuestiona la filosofía del "progreso sin conflicto". Se alzan las primeras voces a favor de la unidad sindical. En otro frente, la encíclica Mater et Magistra (1961), con su distinción entre "error y errante", entre fe y política, crea un clima más favorable para el diálogo con las culturas marxistas.

[…]

Quince años después, Trentin retoma el hilo de este discurso en uno de sus más densos ensayos de ideas teóricas. Analizando las raíces de 1968, ve precisamente en el encuentro entre católicos y marxistas uno de los elementos constitutivos de la experiencia conciliar italiana. Un encuentro posibilitado por un replanteamiento crítico convergente de las respectivas tradiciones de reivindicación. La interclasista y corporativa de la CISL, como se mencionó, ya había mostrado signos de crisis en el período de la encíclica joánica. Por otra parte, la centralidad asumida por el tema de la condición de los trabajadores en las luchas unitarias del sindicato marginó su viejo sistema de salarios corporativos y su teoría de la empresa como "comunidad de intereses". El redescubrimiento del humanismo cristiano por Emmanuel Mounier, entonces, con su denuncia de las coacciones imperantes en la fábrica, asestó un golpe al corporativismo católico incluso en su versión neocapitalista, auspiciada por los "modernizadores" de centroizquierda de la DC.

Todo el patrimonio del unionismo de los concilios -según Trentino- lleva el estigma de este afán del componente católico. La revalorización del problema de la persona, de la defensa de su integridad psicofísica y moral, ha ayudado a dar un sano sobresalto a cierto mecanismo marxista, que siempre desplazó la lucha por cambiar las relaciones de poder en el ámbito laboral a un " mejor mañana". . Pero, además de la presión cultural ejercida por el personalismo cristiano, fue el debate posterior a la "Primavera de Praga" de 1968 el que reactivó hipótesis que parecían definitivamente descartadas por el componente marxista del movimiento obrero. En otras palabras, la posibilidad de introducir, en las sociedades capitalistas, no "islas de socialismo" (nacionalización y municipalización de los medios de producción), sino nuevos puntos de referencia para la construcción de una democracia más avanzada, que incluía la cuestión de la transformación del trabajo en la estrategia de reforma. En este contexto, ya pesar de su corta vigencia, la figura histórico-cultural de la unión de consejos estuvo marcada por su capacidad de encarnar una perspectiva de cambio en el trabajo, y un modelo contractual y de democracia sindical acorde con ella. Ciertamente no había necesidad de inventar el delegado de departamento – dice Trentin – para llevar a cabo la antigua tarea de protección salarial. La unión de cabildos -y el juicio es de quienes estuvieron entre sus principales artífices como secretario de la Fiom (de 1962 a 1978)- ha sabido desafiar no sólo culturalmente, sino con un movimiento concreto de reivindicación del sistema taylorista, la organización jerárquica y autoritaria del trabajo. Un sistema concebido por las ortodoxias tercerinternacionalistas (pero, en cierto modo, también por Gramsci) como etapa obligada en el desarrollo de las fuerzas productivas y como modelo neutral de organización del trabajo, fungible en diferentes regímenes sociales.

[…]

El proyecto del que habla Trentin es básicamente una especie de "utopía secular". No promete felicidad para todos. Quiere dar a cada uno los medios (los derechos para poder utilizarlos) que le permitan realizar mejor sus aspiraciones personales. Cada uno no solo es rico o pobre, sino también débil o fuerte, agregó Trentin. Un pacto de "solidaridad entre los diferentes" es aquel que logra unir a los débiles con el mayor número posible de fuertes, con aquellos que entre ellos se alinean en el frente de la innovación y no del privilegio. Todo esto requiere un proyecto, de hecho, que sea capaz de transformar la necesidad -incluso moral- de dar sentido al futuro en energía política. Esta energía política no se libera sumando los apetitos corporativos de la clientela electoral. En cambio, exige una idea de sociedad capaz de dar a la tercera revolución industrial un propósito y una orientación llenos de esperanza, y no de angustia.

En la última parte de su existencia, Trentin insistió mucho en este punto, llamando a las fuerzas del cambio a dar un paso -incluso ético- en el terreno de la planificación política. En la política italiana de principios de siglo vio una atención espasmódica prestada a "quién gobernará y con quién", no a "qué hará". Y no se cansaba de repetir que una reforma política también puede estar inspirada desde arriba, por iniciativas institucionales o por líderes de partidos, pero sólo puede madurar a partir de tensiones, pasiones, conflictos en la sociedad. Si miras el tiempo presente, ciertamente no se puede decir que fue un predicador pedante. Diferentes fenómenos que se remontan al espectro de la globalización desgobernada, como la inseguridad laboral y física o la inmigración, asustan a partes enteras de la sociedad italiana. Mucha gente débil -los ancianos, los jóvenes precarios, los trabajadores de bajos ingresos, los trabajadores no solo de las microempresas- parecen dar la espalda a la izquierda reformista, ahora percibida como una matriz de clases medias con estilos de vida metropolitanos. Una izquierda que durante demasiado tiempo ha parecido más comprometida con la definición de contenedores que de contenidos, y que ha descuidado no tanto el discurso sobre el "pueblo", sino el propio pueblo. Esas clases más débiles ciertamente han expresado una fuerte demanda de protección, pero también un pedido de nuevos lazos identitarios y nueva solidaridad social. En ausencia de otras ofertas políticas convincentes, terminaron encontrando representación en el populismo de Berlusconi y el comunitarismo de la Liga del Norte.

En conclusión, Trentin todavía tiene muchas cosas que decir a la izquierda y al sindicato de este país. Se dice cada vez más que los términos izquierda y derecha ya no corresponden a la naturaleza política de la realidad. Se dice que hoy, en una sociedad como la nuestra, se puede hablar correctamente tanto de un reformismo que se enfoca en la modernización del país, de la economía y del estado, como de un reformismo que quiere recuperar la identidad y la seguridad. Quizás. Trentin nos decía que hay también otro reformismo, que -sin negar la razonabilidad de esas reivindicaciones- encuentra su justificación y su fundamento en la tensión vital misma de los trabajadores por determinar su propio futuro, por participar en él, por la libertad. Su extraordinaria biografía política e intelectual está toda dentro de esta perspectiva de investigación, marcada por la constante preocupación por encontrar una relación entre el decir y el hacer, para dar sustancia a las ideas y la iniciativa de los trabajadores, para hacer efectivo su derecho al saber y al saber, que constituyen el verdadero alma de la innovación. Para la izquierda y para el sindicato -dijo- no es posible tener la confianza de los trabajadores si no se tiene fe en los trabajadores, en su inteligencia, en su sensibilidad. Los escritos que siguen son también la historia de esta gran confianza en los trabajadores que tenía Bruno Trentin.


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