Hace unos días celebramos el Día de la Madre. Cada uno lo ha hecho a su manera, pero nadie lo ha olvidado. Ni siquiera la información "oficial", aquella que dice las cosas "verdaderas", con "competencia" indiscutible, y sin estar condicionada por "estereotipos". Todos, sin distinción, descubrimos que coincidimos al menos en un hecho: mamá siempre es mamá, como San Remo. Entonces tal vez haya buenas mamás y malas mamás, y los hijos de. Pero este es el resultado de las imponderables circunstancias del azar, de las perfidias del destino, de la miserable condición humana.
Sin embargo, en ese día de celebración que es el Día de la Madre, nadie, absolutamente nadie, ha soñado con pensar, o decir, que la madre es menos que imprescindible. O peor, inútil o incluso irrelevante. Sobre este tema, fíjense, ha habido, y todavía hay, un consenso bipartidista, una convergencia paralela de todo el ámbito parlamentario. Lo que podría traducirse de la siguiente manera: la madre es “infungible”. Donde, en la jerga jurídica, por infungible entendemos "insustituible", es decir, no sustituible por otras figuras.
La madre es insustituible porque es la deliciosa síntesis de dos factores igualmente inconfundibles: la feminidad y la maternidad. Una madre es única porque cada madre es diferente, pero al menos igual en un aspecto: es una mujer a la que la naturaleza le ha concedido la posibilidad de concebir, tener y finalmente engendrar un hijo. ¿Fue la naturaleza discriminatoria? Muy discriminatorio, diríamos. Tan discriminatorio que ha negado la prerrogativa de tal milagro a la otra mitad del cielo, como dicen: el masculino.
Pero volvamos al grano: si sólo en la madre, entendida correcta y "naturalmente" como antes, un bebé puede esperar descubrir y experimentar la dimensión de la verdadera e inconfundible "maternidad", ¿qué sigue? Queremos decir, por una cuestión de lógica y de derecho natural, incluso más que por una razón ética. De ello se deduce que a ningún niño en el mundo se le debe impedir que tenga una madre —comprendida correcta y "naturalmente" como antes— para descubrir y experimentar la singularidad de esa relación de la que las madonas y el niño son el icono universal.
En resumen, a ningún niño en el mundo se le debe asignar, putacaso, una madre "masculina". Precisamente porque la feminidad es la quintaesencia, la conditio sine qua non, de la maternidad. Y ningún niño en el mundo debería estar en la posición de tener (sufrir) una familia con dos papás, en lugar de tener una mamá y un papá. Si sucediera lo contrario, nos enfrentaríamos a una forma de discriminación injusta e intolerable contra ese niño.
Por eso, desde el punto de vista desde el que partimos (el universalmente compartido de la infungibilidad de la esencia, de la figura, del rol materno) el DDL Zan se presta a convertirse en un acto profundamente discriminatorio. Lo que resulta paradójico cuando pensamos en cómo se nos vende como panacea contra la discriminación. Y lo más sorprendente es que el mundo de las "feministas" se está movilizando por las acciones en los asientos de un consejo distrital, pero no tiene nada que decir sobre este proyecto de ley.
Un diseño tan discriminatorio hacia esos niños que sólo ellos, las "hembras" de hecho (de donde deriva el adjetivo "feminista"), son por naturaleza capaces de parir. Niños a los que sólo las mujeres tendrían, por naturaleza, el derecho “exclusivo” – no fungible, intransferible e intransferible – de actuar como madres. Post scriptum: ni siquiera una madre es tan importante como para imponer dos a un hijo. Incluso la paternidad es infungible.
Francesco Carraro
www.francescocarraro.com
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