Así se agota un país, un pueblo, un sistema: la última amenaza de Conte, el TSO para los que rechazan la vacuna

Te lo dijeron hace cuarenta años, cuando pensabas que la vida era un comienzo de alegría, no lo habrías creído. Pero ni siquiera te lo dijeron hace un año, cuando cayeron las hojas de las ilusiones, lo habrías creído. Al contrario, todo es verdad, este primer ministro es real, nadie elegido, que arroja allí, como si nada, la posibilidad de internamiento masivo para quienes no acepten una vacuna que aún es misteriosa. En el silencio cómplice de un Presidente de la República que ya no sabe percibir. En el sometimiento colaboracionista de una clase de caminantes y pensadores débiles que se esfuerzan por explicar que una Navidad sin Navidad es la mejor Navidad posible. Como la filósofa-Liala, Michela Marzano, la que “el amor es lo único que sé sobre el amor”.

Si nos lo hubieran dicho, nunca lo hubiéramos creído. Todavía nos decimos y todavía no lo creemos. En manos de un hombre que ahora parece estar en un delirio de omnipotencia, conmocionado por la paranoia, chantajeado por aliados que vieron la trampilla debajo de su silla. Un personaje creado en la batería por esas extrañas alquimias del poder que nunca sabes si interpretar como resultado de un caso malicioso o de un diseño aterrador. Uno que ha reducido el Parlamento mucho más allá del vivac de puñados de memoria ducesca. Que ahora manda por decreto sin Colle y el Tribunal Constitucional fiatino, nunca. El cual es el protagonista de un reality show , inspirado en un profesional del sector. Uno que no tolera preguntas inapropiadas, por ejemplo sobre la curiosa aporía por la que "su" modelo es el mejor del mundo a pesar de haber desatado la peor muerte del mundo, pero insiste en una estrategia delirante destinada a destruir lo que queda de un sistema económico y social; con tal maldita obstinación que, una vez más, no se comprende si es fruto de una imprudencia o de una dirección remota. No hay duda sobre las aproximadamente mil muertes en un día, oficialmente debidas a virus, más realista a un recuento de dopados, sino a deficiencias estructurales que alguien también pudo haber querido, logrado y, en cambio, la riqueza de detalles sobre la novia, mencionada por su nombre, defensa con todo el peso arrogante del poder: un despliegue de mala gracia, de mala sensibilidad institucional, chismes transfundidos en poder autorreferencial.

Pero volvamos a la frase más inquietante, la alusión al tratamiento médico obligatorio para quienes son refractarios a la megavacuna, algo que nunca se había escuchado, quizás ni siquiera bajo el fascismo; agravado además por el anuncio unánime de la campaña mediática más masiva, invasiva y obsesiva de lanzar la panacea de la vacuna, aunque no fuera un producto de supermercado. Hay un fuerte sentimiento de pérdida del sentido, de la medida colectiva, agravado por un claro estado de debilidad y a veces de ambigüedad en las oposiciones: ahora todo pasa, la negación radical de las libertades fundamentales como la trampa del Mes, amenazas de concentración como las mentiras reiteradas, la agresión fiscal como la burla de las limosnas en forma de "refrescos" que deberían salvar a los restaurantes que de hecho se les impide restaurar.

Han logrado debilitar cualquier espíritu, la gente se queja, sí, pero como quien es presa de la resignación y no espera nada, un meteorito, un cisne negro, la improbable providencia de un dios indiferente ante la indiferencia de los hombres. La Navidad que no habrá es precisamente para eso, para reflejar en las luces apagadas la extinción de las conciencias, de las almas. Sea como fuere, solo hay una certeza del mañana: que nos quedaremos con las alas vendadas, como hoy, como ayer, como, para bien o para mal, desde hace un año. En marzo nos dijeron que era necesario encerrarnos para tener una Pascua gratis; en Semana Santa nos dijeron que era necesario permanecer encerrados para tener un verano libre; en el verano nos dijeron que era apropiado no abusar de la libertad condicional para tener un otoño libre; en otoño nos dijeron que era necesario volver a encerrarnos para tener una Navidad gratis; en Navidad nos dijeron que es inevitable encerrarnos para tener una Pascua gratis: y será un año que nunca se ha vivido, y nos dirán que será nuestro deber encerrarnos para tener un verano libre …

Así se agota un país, un pueblo, un sistema. Hasta el punto de que ya nadie sabe asumir la responsabilidad de pensar. Ya en las redes sociales, uno se siente espiado, juzgado, culpable si apenas se rompe con la Narrativa dominante: mentes debilitadas, asustadas, re-infantilizadas. El escenario de Conte planteando la hipótesis de las hospitalizaciones por asilo para los escépticos de las vacunas es atroz, pero más atroz es el silencio que, a nivel institucional y cultural, ha seguido. Nos lo dijeron ayer.

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